Los collares de mis perros

Cada vez que alguien me habla de collares para perros, regresan a mi recuerdo Zar y Draco (sí, con ce), los dos perros que han pasado por mi vida. Zar me enseñó, a veces de maneras muy duras, qué ha de hacer uno con un animal enorme y noble que ha sufrido malos tratos (aún no sabe su primer dueño la suerte que tuvo de no haberme conocido).

 

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De Zar aprendí cuantas precauciones y paciencias han de tomarse con un animal que está en continuo estado de pánico. Y sólo una cosa me hacía enfadar de aquel enorme tontorrón: la costumbre de tirar de mí como si se fueran a llevar el parque por llegar a él cinco minutos más tarde.  Tiraba con la fuerza descomunal que puede desarrollar un perro mestizo entre pastor alemán y mastín. Y, comoquiera que no avanzaba a tanta velocidad como a él le gustaría ir, empezaba a correr a  mi alrededor, haciéndome tropezar con la correa continuamente.

Y, claro, ¿cómo le vas a gritar a un animal que se mea –literalmente- de miedo en cuanto alzas la voz lo más mínimo? Y de corregirlo con un periódico enrollado… El perro llegó a mí agonizando de la pulmonía y con varios huesos rotos… ¿Qué iba a cambiar por darle un cachete? La solución llegó de boca del dueño de Masai, un rottweiler cuya triste historia da para otro artículo…

Un respuesta nada cruel

Me dijo tres palabras que, en un primer momento, me provocaron un rechazo frontal: “collar de estrangulamiento”.  La primera reacción fue la de negarme a que Zar llevara puesto nada que pudiera hacerle daño… La segunda fue la de pensármelo mejor: realmente, lo que le ocurre al perro al tirar es que se lastima, pero sólo si tira y es él el que aprende que tirar fuerte es igual a “¡ay!… aaaagh… me ahogo” y caminar junto a mi amo es igual a “nada me hace daño”. Y el animal se evita de esta forma  gritos y golpes.

Después de Zar vino Draco (sí, con ce): un rottweiler enorme, con una energía inagotable pero de carácter muy dulce y de una inteligencia y obediencia instantáneas. Tan bueno era que se convirtió en el juguete de niños y de perros pequeños en el parque, donde soportaba a nenes tirándole del bigote y a cocker colgados del moflete por igual y con los mismos buenos modos. Fue entonces cuando el collar heredado de su antecesor dejó de hacerse necesario, y cuando pensé que los collares para perros muy bien pueden llegar a ser un complemento estético.

¡Pero si hasta podemos encontrarlos con luces led u otros de plástico, iluminados desde el interior! La verdad es que no les hubiera cambiado el collar a mis chicos por uno de estos, pero hay que reconocer que un complemento de este tipo puede llegar a ser útil, sobre todo si el animal gusta de correr en el parque y de noche.

Y, ojo, no sólo de luces, de plástico o de hierro vive este tipo de complementos: los materiales y las formas de los collares caninos sólo tienen dos límites: el presupuesto del amo y la imaginación del diseñador y en ciertos casos lo uno y lo otro pueden llegar a ser enormes.

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